Presentación de Economía de guerra, de Ana Pérez Cañamares
Por
Chesús Yuste
Cuando
me acerco a la poesía, me viene a la cabeza aquel consejo que escribió Charles
Simic: «Nota a los historiadores del futuro. No lean el New York Times. Lean a
los poetas». Ciertamente, los buenos poetas de nuestro tiempo nos ofrecen
radiografías más cercanas a la realidad que nos toca vivir que muchos sesudos
análisis elaborados de encargo. Por eso, durante mi paso por el Congreso,
cuando subía a la tribuna en los grandes debates, siempre iba bien armado con
versos afilados como espadas de Antonio Orihuela, Jorge Riechmann, Ángel
Guinda, Enrique Falcón, Neorrabioso, Inma Luna o Ana Pérez Cañamares. Nunca
olvidaré la comparecencia de Rajoy para hablar (o no hablar) sobre Bárcenas y
la cara que puso cuando cité a Ana y le disparé estos versos de su poema Capitalismo: «Un día, no sé cuándo, yo
le voy a cobrar / sus cadáveres, las humillaciones / el secuestro de la
inocencia / el expolio de los sueños / yo le voy a cobrar…» Por supuesto, un presidente está preparado
para rebatir un discurso de oposición de manual, pero no para responder a un
poeta cabreado, así que puso su mejor cara de extraterrestre para encajar
aquellos versos que no podía o no quería entender, pero que pretendían
transmitirle el sentimiento indignado de una sociedad empobrecida, desposeída
de derechos, golpeada brutalmente… Como justo castigo por aquel atrevimiento,
Ana me ha pedido que le presente su último libro y yo asumo el desafío como un
honor inmerecido pero que me enorgullece.
Es
un lujo presentar este excelente poemario, Economía
de guerra, porque está lleno de Ana Pérez Cañamares en estado puro. Versos
combativos y lúcidos para tiempos de crisis pero también tiempos de
imprescindible revuelta. Y, como aconseja el buen revolucionario, sin perder la
ternura jamás. Eso encontraremos en este libro, pero también otras muchas
cosas.
Ana
sin complejos asume su yo político como punto de partida, desde el primer poema:
Poética y política, toda una declaración de principios: «Escribo sobre mí /
porque yo / soy cualquiera». Un poemario en primera persona, pero no por
refugiarse en una felicidad íntima ajena al mundo, sino porque el yo de Ana es
cualquiera de nosotros. Podríamos decir que la Ana de Economía de guerra no es solo Ana, es Edmundo Dantés, es Guy
Fawkes, es Alan Moore escribiendo V de
Vendetta. Y es que ese yo individual se vuelve colectivo a lo largo del
libro y, por si aún quedara alguna duda, en la página de agradecimientos toma
cuerpo en la Asamblea Popular del Paseo de Extremadura y en su inteligencia
colectiva. Ese es el yo de Ana Pérez Cañamares, la inteligencia colectiva de un
pueblo que comparte sufrimientos y que quiere ser protagonista de su historia.
Ana
no tiene ninguna duda: Estamos en guerra. Lo dice y lo repite: «Si hay muertos,
esto no es teatro. / Cuando hay muertos, es una guerra.» Lo vemos, si no en los
telediarios, al menos en los periódicos digitales: muertos empujados al suicidio
por desahucios injustos; o muertos de hambre víctimas de la política de
austeridad. Sin duda, nuestra sociedad está en guerra. No sé si de los de
arriba contra los de abajo, o es una guerra de clases, pero es un combate cruento.
El título del poemario no es una exageración, aunque Ana no sepa exactamente
quién combate:
«No
tener bandera que odiar / o saber si soy
una, dos o el 99%. / Comenzar el recuento de víctimas y víveres / y obtener
cada vez un resultado diferente.»
Asistimos
a la guerra a través de los ojos de la autora, que es víctima y que es también protagonista:
«Dentro
de mí, el silencio / de un pueblo evacuado. / Alrededor, bromas / que han
dejado de tener gracia: / los rugidos de la guerra.»
Dice
Ana en uno de sus poemas que «hay dolores que no captan los micrófonos». Para
eso sirve la buena poesía de nuestro tiempo, para recordarnos algo tan
importante como esto. Si nos importa el mundo en el que vivimos, debemos tener
en cuenta siempre que hay gente que no sale en los telediarios, que hay
situaciones injustas que no captan los micrófonos, pero que no por eso dejan de
existir, todo lo contrario. Ana apunta
hacia lo invisible para hacerlo visible. Este libro forma parte de ese mundo
nuevo, ese complejo puzle que nació el 15-M y que estoy convencido de que va a
alumbrar un nuevo ciclo histórico, una nueva forma de ver el mundo, un nuevo
lenguaje también, capaz de poner el micrófono al dolor que antes no se escuchaba.
El
buen poeta ve lo que nadie ve, escucha lo que no se oye. Como Ana, que nos
explica cómo descubrir nuestra sociedad desde la realidad, no desde la
propaganda. «No en el boletín del estado, ni en diarios ni plazas mayores. No
en las novelas ni en los desfiles. La
verdad se ve desde el tren cuando entras
en la ciudad por la puerta trasera». ¿A que ahora cuando viajéis en tren y
lleguéis a una ciudad os acordaréis de estos versos?
Escuchad
este poema, ¿no está hablando de cada uno de nosotros, así tomados de uno en
uno, hasta que nos reunimos en las calles y nuestro silencio se convierte en el
clamor de la marea verde, de la marea blanca, de la marea naranja, de todas las
mareas?
«Milito
en el partido de mi intimidad.
Mi
manifiesto: las conversaciones de los bares.
En
asambleas de dudas y miradas
nos
reunimos mis compañeros y yo.
Camaradas,
os convoco
al
multitudinario congreso de las calles.»
Permitidme
que lea este poema que de alguna forma es la columna vertebral del libro, todo
un manifiesto, probablemente más que una llamada a la revolución se trata de un
grito de reproche contra la excesiva
paciencia de una sociedad adormecida:
«Cuando
desollasteis al gato negro
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
acusasteis de bruja a la anciana
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
quemasteis aquel bosque
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
la mujer abortó por vuestras patadas
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
colgasteis del árbol al negro
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
arrancasteis la uña del meñique
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
os quedasteis mirando la agonía
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
sonreísteis al recibir el soborno
hubiera
bastado para hacer la revolución.
Cuando
lanzasteis la bomba número uno
hubiera
bastado para hacer la revolución
Ahora
el estupor nos impide calcular
cuál
sería vuestro merecido
y
nuestro resarcimiento.»
En
Economía de guerra se entremezclan la
poética y la política. Pero que nadie se asuste, no es un mitin ni habla solo
de política. «Tan importante la militancia como desertar varias veces en un
día.» Por higiene mental hay que desertar de todo lo que nos rodea las veces
que sea necesario, sin dejar de ser al mismo tiempo uno/a misma. En este
sentido, vamos a encontrar hermosos poemas cotidianos, incluso íntimos, pero
impregnados de un lenguaje político. Por ejemplo:
«Mi
patria son los bares / y los patios.» (¿Y quién no diría eso?).
Otro
ejemplo, aún más lírico:
«Un
ejército de mirlos ha tomado mi barrio.
A
ellos me entretengo.
Mi
libertad estriba
en
que me lleven presa.»
Inevitablemente
hay muchos animales salpicando los sucesivos poemas. Ana los observa como
espectadora, otras veces como mística e incluso a veces ella es el animal
mismo. Como los mirlos, o como la ardilla, que es ella misma o que puede ser
cada uno de nosotros en algún momento:
«Nos
miramos / la ardilla y yo / con la complicidad / de los amenazados / por el
mismo enemigo.»
La
revolucionaria que escribe versos no olvida a los animales a la hora de
analizar el mundo: «Cuando alguien inventó las perreras / la vuelta atrás fue
irreversible.»
Pero
en este libro también nos vamos a encontrar con una Ana que mira hacia dentro, que
se vuelve hacia el pasado pero enlazándolo con delicadeza con el futuro. Describe
el dolor que provoca no tener entre nosotros a quienes ya se fueron desde la
inteligencia, desde la belleza, desde el recuerdo, sin caer ni una sola vez en
la nostalgia y mucho menos en la melancolía. Se queda en la frontera, siguiendo
la puerta que abrió en su anterior libro Las
sumas y los restos.
«En
mi patio está creciendo una hiedra
que
le arranqué a la Casa de Campo.
Quizá
sobre esa hiedra -o muy cerca-
cayó
el tío Manuel bajo las balas.
Ahora
mi tío brota en abril
cuando
le llevo agua hasta los labios.»
La
familia va desfilando por unos versos entrañables, pero nada edulcorados. Eso
sí, mezclando lo íntimo y lo público, la felicidad de una persona y la del mundo
entero: «Tarea ineludible / para cambiar el mundo: / darle a mi hermana / una
buena noticia diaria. / Las niñas que fuimos / merecen su merienda.»
¡Qué
bueno! “Las niñas que fuimos merecen su merienda”. Y es verdad, todos
necesitamos volver a esos días sin preocupaciones. Porque la brutalidad de este
mundo no puede ni debe quitarnos nunca la capacidad de amar. Al contrario, venceremos
porque sabremos ser más tiernos que nuestros enemigos. Como diría Bobby Sands, «nuestra
venganza será la risa de nuestros niños».
Nos
pueden despedir del trabajo, pueden reducir nuestros derechos, nos pueden provocar
insomnio, pero que no nos rompan lo que más necesitamos: la capacidad de amar y
la capacidad de defender lo que amamos.
Por
eso me gusta especialmente este poema:
«Esto
era la Crisis: / buscar una sonrisa / no con alegría / sino con desesperación.
/ Guardarla en el pecho / como un mendrugo de pan.»
Pero
quizá el verso más certero, más lúcido, más cruel también, más atroz de todo el
poemario es el siguiente: «Somos peces fabricando anzuelos.»
Sí,
en este estado donde se ha privatizado la sanidad, se ha jugado a la ruleta
rusa con nuestra salud, con la educación, con la cultura, con la justicia;
donde se castiga a la víctima y se premia al verdugo y donde, a pesar de ello,
los responsables siguen encabezando las encuestas, es un lugar lleno de peces
fabricando anzuelos.
Pero
puede que los peces se hayan hartada ya de trabajar para los pescadores. Ojalá.
De hecho, hay un poema en el que Ana Pérez (no sé por qué me la imagino
disfrazada de Edmundo Dantés o con la máscara de Guy Fawkes) prepara su
venganza: «Rezo por que los torturados / revivan en las pesadillas / nocturnas
de sus torturadores. / Que se les aparezcan en ellas / como monstruos con
poderes / más hábiles con garras y
colmillos / que ellos lo fueron con la picana.»
Un
libro escrito en tiempos de crisis, un manual para ganar una guerra perdida, un
poemario que ve la realidad que se oculta tras las cortinas, pero que ve más
allá, que ve el cambio imprescindible que viene, porque la gente ya no aguanta más.
Y aquí viene lo más sorprendente de este libro: que, en su página 113, adelanta
el escrutinio de las próximas elecciones. Los últimos tres versos son
clarísimos: reflejan la voluntad del electorado mejor que el CIS. Pero no lo voy
a leer, léanlo ustedes: página 113, los últimos 3 versos. ¡Impresionante! Y
hasta aquí puedo leer.
Zaragoza, 6/03/2015
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